L]a semana pasada unas familias de “Jaire” (un grupo formado por niños, matrimonios y monitores que buscan “vivir la fe en familia con alegría” ) fuimos al Santuario de Nuestra Señora de Sonsoles de Ávila.
Primero nos acercamos al convento de la Encarnación en el que vivió treinta años Santa Teresa de Jesús. Daba escalofríos pensar que por ese zaguán y esas escaleras pasaba a diario la mismísima Madre Teresa, la autora del Libro de la Vida, la primera mujer declarada Doctora de la Iglesia.
Tuvimos la suerte de poder hablar con una de las monjas de clausura. La Hermana Carmelita nos contó, tras las dos rejas, como se desarrolla su vida en el ámbito de la clausura, conjugando la vida comunitaria con el retiro en soledad. La vida de una Carmelita queda bien expresada en clave de amistad: amistad con Dios (oración) y amistad entre las hermanas (fraternidad). Qué privilegio poder ver su deslumbrante sonrisa tras las rejas de clausura.
Más tarde fuimos a comer al merendero de Nuestra Señora de Sonsoles, donde nos enteramos del porqué de su nombre. Cuentan que un día estaban dos niños pastoreando sus ovejas y derrepente, acercándose a un peñasco, vieron como salía una luz de una oquedad. Retiraron las piedras para poder entrar y descubrieron una talla de la virgen que algunos cristianos habían ocultado hacía siglos. De los bellos ojos de la imagen salía una luz cálida y muy envolvente que tranquilizó a los niños y ambos, al unísono, gritaron: ¡son soles!, ¡son soles! Así la pequeña virgen recibió con gratitud su nombre: Sonsoles.
Allí compartimos merendero con las hermanas de Santa María de Leuca de San Lorenzo de El Escorial. La Santísima Virgen, en cuyo honor llevan el hábito, es el modelo de las virtudes que las Hermanas quieren encarnar, en especial la maternidad espiritual y la entrega abnegada a los niños que llegan a sus manos con problemas familiares, huérfanos, abandonados…
Así transcurrió el día, y yo feliz entre monja y monja, disfrutando de su compañía y de la alegría y la luz que desprenden en cada gesto, en cada palabra, en cada mirada. Basta un instante para comprobar que realmente todas ellas… son soles.