Esta delicada talla de la Virgen María besando al Niño Jesús, esculpida en madera de arce de sicómoro, transmite con profundidad la ternura del misterio de la Encarnación. La elección del arce de sicómoro, noble y suave al tacto, refuerza la calidez de una escena íntima y profundamente humana: una Madre besando a su Hijo, que es verdadero Dios y verdadero Hombre.
La imagen nos recuerda que María no es solo figura simbólica: es Madre real de Jesús, como afirma el Concilio de Éfeso (431), donde fue proclamada Theotokos, “Madre de Dios”. Su maternidad no se limita al orden biológico, sino que participa activamente del plan salvífico de Dios. Cada beso, cada gesto que esta talla evoca, refleja la cercanía de una mujer que ofreció su cuerpo y su alma para que Dios habitara entre nosotros.
En la tradición católica, las imágenes no son simples objetos decorativos. Son ayudas sensibles para elevar el corazón a lo invisible. Esta escultura es una invitación al recogimiento, a la contemplación del amor maternal de María, que nos conduce siempre hacia su Hijo. Su beso no es solo afecto humano, sino expresión de la unión perfecta entre la criatura redimida y su Redentor.
Contemplar esta escena es recordar que también nosotros somos besados por la ternura de Dios, y que María, como madre de la Iglesia, vela por cada uno de sus hijos. Su maternidad continúa desde el cielo, intercediendo por nosotros con la misma dulzura con que besó a Jesús.
Una imagen como esta no solo embellece un espacio: lo consagra. Nos enseña a rezar con los sentidos, a mirar como hijos, y a confiar como quienes saben que tienen Madre.
