¿Tienes sed de Dios? El encuentro que transforma
¿Tienes sed de Dios aun “teniéndolo todo”? ¿Qué pasa? Pero, ¿qué es tenerlo todo? A menudo nos lo preguntamos. ¿Te pasa? Al final siempre llegamos a la misma respuesta.
Aunque el mundo grite que en el todo está el tener —según la lógica del mundo, “tenerlo todo” suele significar una combinación de éxito, placer, reconocimiento y seguridad material—, diríamos más bien que el todo está en el ser.
Sí, porque mi todo es Dios, ser en Dios.
Pero, ¿se puede acceder a ese TODO? Volvamos al tema de la sed de Dios.
¿Existe un agua que calme la sed más profunda de nuestra existencia? ¿Es posible beber de ella?
En el Evangelio según san Juan (Jn 4,1–42) encontramos un encuentro precioso: el de Jesús con una mujer samaritana junto al pozo de Jacob. Allí, bajo el calor del mediodía, se cruzan dos mundos, dos historias y dos sedes.
La sed física de Jesús, que pide de beber, y la sed profunda de aquella mujer, que quizás ni siquiera sabía lo que buscaba. Y, sin embargo, en ese encuentro se abre un camino de revelación, de transformación y de misión.
Este relato no solo es bello por su narrativa, sino profundamente actual. En él descubrimos que la sed humana es el punto de partida para que brote el agua viva que Jesús ofrece. Es la conversación que también puedes tener tú con Jesús.
Él, en el pozo, no le da a la mujer una fórmula mágica. Le ofrece agua viva.
Le habla de un don que viene de Dios y que es capaz de convertirse en fuente interior.
Y al hacerlo, dignifica su historia, su búsqueda, su herida, su deseo.
Es una escena de encuentro, de escucha y de revelación.
Todo comienza con una frase simple: “Dame de beber”.
Jesús inicia el diálogo desde su propia necesidad, desde una sed real. Pero ese gesto es más que una petición física: es una apertura al encuentro, un puente hacia el corazón del otro.
Jesús no se impone, no predica desde arriba.
Se muestra vulnerable y humano. Así abre espacio a una conversación transformadora, que va desde el agua del pozo hasta la revelación del agua viva.
La misión no comienza con respuestas, sino con preguntas; no con certezas, sino con intuiciones, con testimonios.
Jesús, con delicadeza, lleva a la mujer samaritana a mirar más allá de lo evidente:
“Si conocieras el don de Dios…” (Jn 4,10).
Ella piensa en agua física, pero Jesús le habla del don que transforma la vida desde dentro.
El relato de Juan 4 culmina con una confesión fuerte de fe: los samaritanos reconocen a Jesús como “el Salvador del mundo”. Todo comenzó con el testimonio de una mujer y terminó en el encuentro personal con Cristo.
Así también es la misión.
Así también puede ser tu experiencia: algo que empieza en lo pequeño, en lo cotidiano, y que puede abrir el camino a una fe más profunda.
¡Vamos! Sepamos beber de la fuente de agua viva, la que sacia de verdad siendo fuentes de agua viva para los demás.