Rezando, Viviendo

La necesidad del silencio en nuestra vida

La necesidad del silencio en nuestra vida es clave para poder encontrarnos con Dios y volver a nuestro verdadero origen.

¿Por qué es necesario el silencio?

La primera pregunta sería esta: ¿Por qué guardar silencio? La respuesta fácil pasaría por un elenco de razones y consejos, un vademécum para aquellos que deseen hacer una experiencia espiritual que quizás nunca hayan emprendido con seriedad y, sobre todo, continuidad.
Nadie debería hacer algo en el terreno espiritual si no tiene una llamada evidente para hacerlo. La del silencio es una vocación particular, y curiosamente no comienza con una decisión de la voluntad. Uno no se levanta un día y decide: «A partir de ahora, haré esto o lo otro».

Salmo 37:7: Guarda silencio ante el Señor, y espera con paciencia a que él te ayude»

No es así. La llamada a quedarse quieto es un susurro, una brisa suave como la que cambió la vida de Elías cuando subió al monte, cansado de luchar. Es una intuición, por la que uno percibe que quizás dejando de hacer tanto y dejando de pensar tanto se halla el fin de todo propósito. Es un atisbar, un dejar de hacer, un bajar los brazos, una rendición, a fin de cuentas. 

» Es una intuición, por la que uno percibe que quizás dejando de hacer tanto y dejando de pensar tanto se halla el fin de todo propósito»

Los adictos llaman a esta vuelta de tuerca vital en la propia vida “tocar fondo”. Quizás pensemos que nosotros no tenemos un problema como el suyo, pero adicciones hay muchas. Las más evidentes las podemos tener a mano en nuestro dispositivo habitual, pero hay otras, algunas hasta muy piadosas.
Al final, todas ellas tapan la compulsión de escapar de nuestra realidad original: somos uno con Dios, y no ser uno mismo sino ser en el Otro da mucho vértigo, por eso nos entrampamos en menudencias. No es algo moral, es ontológico, antropológico por así decir: somos así.
Todas nuestras vidas son en realidad un viaje hacia nuestro ser original: al final nos encontramos con Él —y en Él, y con nosotros mismos— después de probar todas las algarrobas que nos ofrece este mundo.
En ese largo viaje que supone volver a casa por el camino del adentro, uno puede hacerse muchos propósitos que se resumen en hacer y en pensar, pero el abrazo del Padre se siente más intenso cuando no tenemos ninguna de nuestras agarraderas habituales.
A solas con Él, desnudos —y quizá heridos—, sobran las palabras. Lo que hay cuando ya no queda nada es el silencio, y ese silencio puede llegar a ser insoportable. Y, como es insoportable, nos volvemos a entrampar en menudencias, cotilleos, partidos de fútbol en la televisión, chocolate, Instagram… o el nombre que uno haya decidido sea su escape favorito.
Cuando uno aguanta un poco esa compulsión de irse, de encender el móvil, de poner la radio, de ver qué echan en la tele, de abrir la nevera…, lo que emerge es un doloroso estado de espera. Es un sentarse «solitario y silencioso», como dice el salmo, que no es sino el comienzo de los dolores de parto de algo nuevo y desconocido, mucho más brillante que la hojalata a la que estamos acostumbrados. Pero ese será el tema de otro post.
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Acerca de Juan Luis Vázquez

Padre de ocho hijos. periodista en Alfa y Omega. Alfa y Omega es una publicación de información católica editada por la Fundación San Agustín, que está vinculada al Arzobispado de Madrid. www.alfayomega.es